[1] A lo largo de su historia, la fotografía ha tenido que enfrentarse a las exigencias epistemológicas de la veracidad y su capacidad potencial para registrar de un modo inequívoco porciones de realidad. La fotografía documental, la antropología visual, el fotoperiodismo o el ensayo fotográfico de corte social, subgéneros que tradicionalmente habrían sido excluidos de tales requerimientos debido a sus propias cualidades, soportan desde hace décadas tensiones no sólo sobre su metodología, sino también respecto a los fundamentos que han de guiar sus resultados y expectativas: la fiabilidad, el reflejo exacto de los acontecimientos que describen.

[2] Esa tensión se ha intensificado en las últimas décadas, especialmente respecto al papel que ocupa la fotografía como fuente documental en la sociedad contemporánea y su legitimidad para captar fielmente un hecho o suceso. Términos como historia, verdad y ficción han sido cuestionados desde el propio campo de la fotografía, un tipo de fotografía que se abastece tanto de los lenguajes del arte conceptual como de las posibles derivaciones del documentalismo fotográfico.

[3] La adopción de recursos ficcionales en la creación fotográfica ha provocado un replanteamiento de los significados de la realidad en cuanto a sistema visual con pretensiones objetivas. Tal como afirma acertadamente Laura Bravo en el artículo «De la ficción como realidad a la realidad como ficción: un recorrido fotográfico desde los años ochenta hasta hoy», la irrupción paulatina de la fotografía en el espacio artístico ha favorecido ese giro teórico, expresivo y estético, donde los límites entre verdad y ficción se difuminan, y la realidad puede ser abordada a partir otras coordenadas narrativas: «La representación fotográfica de ciertos asunto de la realidad bajo la apariencia de ficción se está convirtiendo en una propuesta que continúa incidiendo en la idea de la fotografía como una versátil pantalla plurisignificativa».

[4] Nancy Burson, Philip-Lorca diCorcia, Cindy Sherman o Joan Fontcuberta son ejemplos pioneros que sin duda abrieron nuevas vías de experimentación en esta vertiente de la fotografía contemporánea, una tendencia que se ha consolidado en los últimos años, con múltiples propuestas y bifurcaciones. 

[5] En este sentido, Pieter Hugo, fotógrafo sudafricano, introduce otras variantes respecto al tratamiento de la ficción en la imagen documental. En su serie «Nollywood» (2009) utiliza elementos estéticos, decorativos y visuales característicos de las películas realizadas por la industria cinematográfica de Nigeria, igualmente denominada «Nollywood», para componer una visión (parcial y) simbólica de Africa.

[6] Sin embargo, no estaba tan interesado en describir los pormenores de una industria cultural como en recrear las ideas fílmicas, el imaginario iconográfico y los estereotipos que se fabricaban para el consumo masivo a través de esas películas. Con la ayuda de un maquillador y actores-actrices de Nollywood llevó a cabo un trabajo de escenificación como base del retrato fotográfico. Tal como señala el propio fotógrafo: «Los rodajes individuales no fueron eventos formales en un plató de cine. Prefiero pensar en ellos como acontecimientos teatrales que a veces se realizaron de manera bastante informal. Por supuesto, dirigí las composiciones finales, no fueron ocurrencias espontáneas como tales». El enfoque del proyecto consistió, por tanto, en «imaginar» una serie de retratos a través de los cuales también se ponía de manifiesto temáticas adyacentes a los condicionamientos económicos, sociales y psicológicos de la realidad africana.

[7] Hugo aborda esa industria desde el punto de vista de los mitos y símbolos que genera, tomando como fuente principal la iconografía del género de terror, especialmente el subgénero de zombies y muertos vivientes.

[8] Las imágenes participan de ese código visual, se adecuan a un tono alucinado en el que todavía están presentes ciertas cláusulas documentales. En una entrevista del año 2012, Pieter Hugo señala lo siguiente: «Cuando trabajo con cualquier medio, en algún momento te das cuenta de sus limitaciones. Para mí fue darme cuenta de que la fotografía sólo puede describir la superficie de las cosas. Es simbólica. No puede hacer mucho más. Su verdadero atractivo está en la realidad que esconde. Aún así pretende ser un documento. Es algo que la literatura entendió hace muchos años, y es algo que la fotografía acaba de entender ahora». La ficción emerge como una alternativa .

[9] La zombificación del sujeto, tan presente en la serie, se contrapone a un paisaje expresamente realista y valorativo. Pero cada imagen, como escena contemplada en su conjunto, trasciende la praxis del fotoperiodismo convencional para escudriñar los intersticios de un espacio sociológico crítico, incluso dramático, mediatizado por una realidad fantasmática, a veces mágica: la fabulación se convierte en metodo indagatorio. Y es precisamente la dicotomía entre la ficción-teatralización de los personajes y el naturalismo del escenario urbano lo que permite reconstruir simbólicamente aquella parte de la historia del siglo XX y XXI en el continente africano que ha dado prioridad a una historia de violencia, desorden, saqueo, tribalismo, genocidio, colonialismo etc. Una historia de Africa sangrante que, sin embargo, también se vale de sus mitologías para ilustrar la supervivencia.