De nuevo, algunos movimientos subculturales recrudecen la reinterpretación que ha de hacerse de lo social para expurgar sus incongruencias. No es una lectura fácil, pues expone sin pudor el mecanismo por el cual una sociedad pervive y se desarrolla también a partir del los males que ella misma propicia. La primera generación del punk (entre 1975-1978) vino a conformar una proclama heterogénea de signos semióticos contrapuestos, muchos de ellos olvidados en el inconsciente colectivo.

Aun a riesgo de desatender otras molduras, considero que hay tres especialmente sintomáticas sobre las que se forja la voluntad irónica del punk y, por tanto, su estrategia de sacar a relucir todo tipo de fuentes incómodas para el sistema de clases inglés de finales de los 70: 1) las consignas inscritas en las camisetas, en la vestimenta, sin duda reforzadas por los desgarros de la tela, 2) el fetichismo y la estética bondage, plenamente asimilada en 1976, y 3) la cruz esvástica, signo por el que erróneamente se ha relacionado al punk de 1975-1978 con el fascismo (y el nazismo).

Esta última revela un sumario peculiar. La esvástica está presente desde los inicios del movimiento, no tanto por la mécanica interesada en difundir o adscribirse a una ideología que ejemplifica, entre otras cosas, el mal, sino por articular un mensaje transfigurado por el cual ya sabemos que el consumo de masas es capaz de amoldarse a cualquier especimen ideológico para llevarlo a las estanterías del supermercado.

Sin embargo, la esvástica aparece ya en algunos trajes que Malcom McLaren y Vivienne Westwood (claros agentes provocadores de la aparición del punk en Inglaterra) idearon para la pélicula Mahler (1974), de Ken Russel, donde ya se la vincula con una particular visión iconoclasta e irónica. El punk se la apropia como objeto descontextualizado sabiendo al mismo tiempo de su reacción social y mediática.

Acompañando a las fotografías de Karen Knorr y Olivier Richon (serie Punks, 1976), lo que sigue son dos extractos de Jon Savage, England’s dreaming. Los Sex Pistols y el punk rock, 1991.

El punk se anunció a sí mismo como un pesagio con su pluralidad de significados basados en elementos extraidos de la historia de la cultura juvenil, de la indumentaria sexual fetchista, de la decadencia urbana y de las políticas más extremas. Considerados en conjunto, tales elementos no tenían un significado consciente pero se referían a muchas cosas: primitivismo urbano; desaparición de la confianza en un lenguaje común; disponibilidad de ropa barata, de segunda mano; naturaleza perceptiva fragmentada en una sociedad en aceleración y saturada por los medios de difusión; voluntad de ofrecer el propio cuerpo como una mezcolanza de significados (p.299)

El punk especulaba con los tabúes al mismo tiempo que buscaba iluminar y exagerar, con una retórica sofisticada y cargada de ironía, una serie de contradicciones profundamente arraigadas. A diferencia de muchos movimientos históricos de vanguardia, tenía potencial para entrar en el mercado de masas y, en noviembre de 1976, ya estaba en disposición de hacerlo. Pero el mercado de masas es conocido por su capacidad de simplificar complejidades y aplastar cualquier asomo de ironía, y la idea de un movimiento juvenil con cruces gamadas que atrajera a los chavales era aterradora. La cuenta atrás hacia el apocalípsis proclamada por el punk pareció de repente muy peligrosa (pag. 316)