La máxima expresión de la reproducción artística es la fotocopia, y en su orden visual cabe toda clase de posibilidades. Si se la compara con la copia fotográfica instituida a partir del Fine Art y la búsqueda de la copia perfecta en el ámbito de su especialización técnica, la fotocopia es considerada un medio desprestigiado, relegado por su inconsistencia para detallar las capacidades visuales y fotográficas del autor. Desde ese punto de vista, la fotocopia niega el valor de un resultado matizado y deja en suspenso las cualidades potenciales de una imagen para recrear otros efectos.
Pero la fotocopia puede ser redefinida como un medio legitimado e independiente en el campo de la fotografía. Esa legitimación prescribe que en ella la imagen se construye bajo otros criterios, un sistema visual distinto a aquellos que han codificado la copia fotográfica a partir de técnicas de impresión hiper-especializadas orientadas a la excelencia del sistema de zonas, a la sublimidad del equilibrio entre luces y sombras y todo un conjunto de disposiciones que erigen la copia en material autentificado bajo el registro de la autoría y la autoridad artística.
Conceptualmente, la fotocopia es un sistema contrapuesto al perfeccionamiento, a esa tendencia a deificar la copia fotográfica mediante la sofisticación de la impresión y la edición. En el proyecto City 00Skate days hay todo un conjunto de fotografías que se adscriben al modelo técnico de la fotocopiadora, en estado bruto. Lo que quería preservar era, precisamente, una expresividad diferente, simplificada y desprejuiciada respecto al mercado autorizado, canónico. Y cambiar los términos en que se instituye la prestancia de la imagen para constatar que su esencia y propiedades no dependen de esos preceptos técnicos, sino de un aporte estético singular, rudimentario, incluso inapropiado.
El proceso no tiene más predicamento que añadir los archivos fotográficos a una maquinaria, e imprimirlos siempre con el mismo papel: Paper Canson 224 G. white natural. El rudimento ejerce su fuerza, casi aleatoria. La superficie del papel interviene igualmente en el proceso de la reproducción, de tal manera que el mismo hecho de reproducir esos archivos convierte las copias en una pieza única, intransigente. La tinta de la fotocopiadora transforma la fotografía en una superficie visual que, al perder todo su detalle, termina por enfatizar la esencia cruda de un momento que alguna vez fue capturado con la cámara. No me importaba tanto el impacto estético como expresar un instante, por otros medios.
Sin embargo, no hay manera de saber cómo perviven los recuerdos en las imágenes. Si la función primordial de toda imagen es sobrevivir, hay algo aún más sustancial que su estetización: el tiempo. Como objeto ya materializado, la fotocopia era también un medio para modificar el mundo recordado, un nuevo criterio por el cual la imagen y la superficie del papel se fusionaban con la intención de poder intervenir en su resultado, siempre inacabado.
No todas las escenas capturadas se amoldaban a ese modelo, y ni siquiera yo hubiera considerado necesario llevarlas a un sitio donde ellas mismas no hubieran deseado permanecer. En algunos casos, la fotocopia iba a dotar a la imagen de una novedad inconclusa, como si nunca terminara de hacerse porque no hay nada que pueda ser clausurado. Todo son versiones de un boceto, lo que me recordaría aquella idea de André Malraux escrita en el Museo imaginario por la cual el mundo persiste en el impulso, por mínimo que se presente: «El boceto es en principio un estado de la obra anterior a su conclusión, a la ejecución de sus detalles. Pero existe un tipo particular de boceto que reduce una escena real o imaginaria a aquello que lo convierte en manchas, colores, movimientos». El mundo persiste también en la intención.
El mundo persiste como boceto. Y en el skate esa misma idea adquiere más sentido porque cualquier logro es provisional. La voluntad matiza esa sensación, y le da su verdadero valor: todo está por hacer.